Un día tu olor se instaló en aquel lugar de mi cabeza

donde cohabitan tus chistes malos,

el sonido de tus dedos al rozar tu barba,

tu voz medio ronca a primera hora…

Otro día tu voz seguía allí

pero ahora era grave y ya no me contaba chistes,

me cantaba mis canciones favoritas, que eran también las tuyas.

Jamás nuestras, porque nada poseíamos.

Y pasaron los días, los años, las heridas.

Cambiaron tu voz y mi oído.

Cambió tu cara, tus ojos, tus manos y hasta tu nombre de idioma.

Quedé yo, vagabunda incorregible sin más bien que mi voz y aquel lugar en mi cabeza.